miércoles, 18 de enero de 2012

Cap. 2

I won't be back here, 
though we may meet again. 

I know it's dark outside, 
don't be afraid. 
Everytime I ever cried from fear 
was just a mistake that I made. 
Wash yourself in your tears, 
and build your church 
on the strength of your faith.

Please, listen to me, don't let go.
Don't let this desperate moonlight leave me 
with your empty pillow. 
Promise me the sun will rise again. 

16 de enero de 2011.
Las semanas habían sido largas. Y los meses que habían pasado desde su ida también (no quería recordar cuántos, pero seguro más de quince). Apoyado en un farol de la esquina, apuraba el último faso mientras se enjugaba una lágrima que traviesa pretendía escapar desde sus ojos. Finalmente de vuelta en la soledad nocturna de la gran ciudad, intentaba entender porqué unas dos semanas de vacaciones y sustancias autodestructivas no habían mejorado en lo más mínimo su condición sicológica. Quizás el mal ya estaba tan adentro que sería imposible sacarlo por más joda que uno amontonara sobre sus espaldas, o por ahí simplemente el carozo del asunto estaba en que realmente no quería curarse... vaya uno a saber, si uno mismo no puede responder esa pregunta, nadie más podrá. Ya no vale la pena estar tirado en esta esquina mirando nada, pensó, ya es hora de volver a la soledad del dormitorio, que quizás no ayude pero que tampoco va a arruinar.

Comenzó a caminar, mojándose con las baldosas flojas, casi como si éstas reflejaran su sentir. Pasaban las calles, una atrás de la otra, todas distintas y todas iguales, sin más compañia que la lluvia que caía, pequeña pero molesta, sobre el asfalto de aquel oscuro y desolado barrio. Se sintió siniestro, casi como si él fuese el causante de los malos pensamientos y el amargo clima mojado de verano. La caminata provocó un efecto extraño en su cabeza, cuyos sentires comenzaron a dejar de lado el bajoneo y la aflicción para dar paso al resentimiento. Odió su vida, odió a sus amigos, odió su pasado, odió su presente, y odió (aunque en el fondo no dejaba de quererla) a aquella piba de ojos vidriosos y sonrisa metálica que tantas veces lo había rondado en sueños, en despertares y en vigilias nocturnas, como ésta que ya estaba llegando a su final.
Abrió la puerta del mismo edificio de siempre con desgano y subió las escaleras hasta la vieja puerta de madera maciza. Entró sigilosamente y tras desvestirse se tiró en la cama. Algo tengo que hacer, pensó, porque simplemente no hay manera de que pueda sobrellevar otro año de estancamiento total como éste que acaba de terminar.

Amanecía ya en la ciudad, o por lo menos eso se adivinaba tras los negros nubarrones que ahora parecían un poco más claros. El cansancio pasaba factura y ya empezaba a dormirse, mientras seguía cavilando sobre aquel cambio de rumbo que se presentaba tan necesario. Aún no tenía conocimiento de cuál sería aquella drástica decisión, pero el futuro ya le tiraba una punta: tu vida va a cambiar, y va a cambiar porque simplemente no puede seguir así como va. Simplemente no puede.