domingo, 18 de septiembre de 2011

Now And Forever


Sábado 17 de septiembre. Jonte y Concordia, Buenos Aires. Aproximadamente 16:30 de una calurosa tarde de invierno. Por Jonte se acerca lentamente un 135, que antes de desviar su recorrido por Concordia deja bajar unos cuantos pasajeros, entre ellos él. Comienza a dar vueltas por el barrio, hasta que en la esquina de Gonzalez y González (no es joda, hay que ser bastante hijo de puta para tener dos calles de nombres casi iguales en el mismo barrio y que encima se crucen) pregunta a un policía dónde es la entrada visitante. Una vez resuelta la duda, hacia el estadio se dirige, admirando el sencillo y hasta entonces desconocido barrio de Floresta / Monte Castro (whatever, se 'gual).
Mientras es cacheado en la entrada, piensa en la actualidad del equipo que hoy será visitante en el estadio Malvinas Argentinas. Seis derrotas al hilo, y arrastrando unos 600 minutos sin convertir, ponen al equipo anteriormente citado en una posición que ya roza el hazmerreír. "Hoy se corta" piensa mientras ingresa a la tribuna, "qué banda trajimos hoy vieja, ni lugar hay", con la vana esperanza de que el aliento de la gente aporte a la causa de sacar al club del pozo.

Logro ubicarme arriba de los paraavalanchas de atrás del arco que da a Miranda, luego de haber buscado infructuosamente un lugar más cómodo para ver el partido. "Habrá que pensar en alentar en vez de mirar el partido"; y sí, porque una vez que la banda se ubique por acá probablemente yo no voy a ver una mierda (suposición confirmada luego de que terminaron de colgarse los tirantes en ese sector).
Salen los equipos a la cancha, uno los míos (obviamente inflados con anticipación) a la multitud de globos verdes y blancos que son arrojados al campo de juego en medio del griterío ensordecedor de ambas parcialidades. Luego del saludo formal y la foto del equipo, el partido comienza, sin mucha claridad en el ataque de ambos equipos, con mucha fricción e imprecisiones en mitad de cancha. Pasados unos cinco o diez minutos, veo inresar la barra al típico grito de guerra de "ya llegoooooooo ya llegó la banda del Taladroooooo, ya llegoooo ya llegó la banda la del Campeón", quienes se ubican cerca de mi sector.
El partido continúa trabado en mitad de cancha (ma' si, ya fue, basta de eufemismos vieja, lo digo sin pelos en la lengua, era un bodrio monumental, la horripilancia al servicio del asco) y las hinchadas, aburridas, se bardean entre sí. No pasa mucho más, y veo el primer tiempo transcurrir sin pena ni gloria mientras el sol baja hacia el horizonte tras unas molestas nubes de resolana.
18:56, un lastimoso remate de Acevedo que se va ancho por poco y el árbitro da por finalizada la etapa inicial. El entretiempo sigue su curso con poco para destacar, más allá de las lógicas puteadas de parte mía y los nuestros hacia un salame ubicado junto a la barrabrava local que luce orgulloso (no sé de qué) un camperón de Temperley. Habría que haberle avisado que eso le da más frío en vez de abrigarlo, pero bueno, como dijo Miguelito Ru$$o, son decisiones. Salen de nuevo los equipos al terreno de juego, y se produce el pitazo inicial, acompañado de un generalizado "vaaaaaamo che, vamo que se puedeeeeee!!". El doparti continúa con la tónica del primer tiempo, aunque quizás un poco menos bodrio. Mi aliento aumenta de intensidad con cada mísero lateral en ataque (después de tanta sequía pareciera que me conformo con cualquier mísera oportunidad, como el adolescente virgen depresivo que como no la pone nunca se vuelve contento del cheboli si se comió al menos a una mina, aunque no haya logrado nada más avanzado), total, algo es algo, no?

Quizás ese mismo, quizás otro, pero "algo" se percibe en el aire, vos lo sentís, como si supieras que algo grande está por venir. Un terrible tiro de nuestro lateral izquierdo sacude el travesaño y levanta aún más a la hinchada, donde vos sos uno más gritando y alentando porque en el fondo sentís, percibís, ansiás eso se que viene. Y en ese momento lo ves caer. Pelotazo largo hacia el Chucky, que le gana la posición al 4 rival, encara al 2 y al no tener lugar para el remate, cede la bola al Negro que entraba como una tromba listo para romperle el arco al uno local; el 3 de ellos le tapa el ángulo de tiro, de modo que al recibirla la tira larga para sacárselo de encima y recibe el foul al borde del área. Tiro libre peligrosísimo y las sensaciones que se empiezan a acumular en tu cabeza. "Se nos dará acá?" pensás, mientras sentís la emoción que embarga a unos cuantos de esos loquitos que se encuentran de a miles justo al lado tuyo, algunos rezando, otros gritando desaforados arriba de un paraavalanchas sin ninguna noción de lo que ocurre adentro del terreno de juego, y otros (como vos) en silencio a la expectativa de eso que se ve venir. El Zurdo Elu y el Negro se paran frente a la pelota, y la tensión se apodera del ambiente; el estadio está en completo silencio (o por lo menos eso te parece a vos, que dejaste los sentidos del tacto, oído, gusto y olfato para centrar exclusivamente tu mirada en ese puntito blanco a unos 90 metros de distancia, objeto de uso central en este hermoso deporte llamado fútbol). Mientras el Zurdo se aproxima a la bola la espectacular tensión que se siente en el aire comienza a llegar a su punto máximo, que llega a su cenit en el momento del impacto y continúa allí hasta que la pelota, en su curvilínea trayectoria, besa las redes del arco que da a Jonte con majestuosa belleza. Y en ese precioso instante se desata todo: la locura generalizada en esa tribuna donde unos miles de locos vinieron a ver el final de la mala racha, ese grito de GOL que ensordece, que es desahogo, festejo, pero que a la vez da inicio a una nueva agonía, la de esperar el final del partido para saborear ese triunfo tan anhelado, ese chaparrón que apaga la sed de las tierras que son un pedacito de nuestra felicidad. Y en aquel precioso momento, aquel donde se corta un sufrimiento largamente sufrido (valga la redundancia) para iniciar otro sufrimiento que se espera sea más breve y por ello "disfrutable", es cuando el "yo", el "vos", el "él", se transforman en el "nosotros".

Y bueno, somos así, no lo podemos evitar. La locura que se apoderó de nuestros pensamientos, de nuestras acciones, de nuestro entero ser, es algo que simplemente no se puede describir con palabras. Forma parte de nosotros, como la depresión frente a la inacabable y pesada rutina, la contradicción que es propiedad humana, el amor, los vicios y obviamente el odio a Lanush. A partir de que los locales sacaron del medio, comprendimos que ese "nosotros" ya englobaba absolutamente todo, y que estaban comprendidos dentro de él tanto los hinchas y los jugadores como las banderas, los tirantes, el alambrado, los postes de nuestro arco y hasta el propio césped, y que nuestra misión colectiva era defender ese valiosísimo 1-0 que nos estábamos llevando de tierras desconocidas y que significaba tantas cosas buenas a futuro (inmediato y no tanto). Así fue que los hinchas empujamos al equipo desde atrás de los alambres, sin importarnos lo afónicos que ya estábamos ni el frío que comenzaba a sentirse al terminar de caer la tarde bajo la (ahora) artificialmente iluminada cancha de All Boys. Fueron minutos de sufrimiento, que parecieron horas, con nuestro equipo (saliendo un poco de las melosas metáforas literarias, vale aclarar) colgándose del travesaño de manera alevosa, reventando la pelota cada vez que se acercaba al área, ante un rival que con doble nueve tiraba pelotazos sin que se le cayera una mínima idea, ni siquiera en los 4 minutos de recupero que dio el 4to árbitro. Y llegó nomás el pitazo del juez, y la algarabía se desató desde aquella colmada tribuna visitante que no había parado de gritar ni un mísero instante de los 90' reglamentarios. Porque la racha se había acabado, porque las seis derrotas consecutivas eran historia, porque los fantasmas se habían ido, porque ahora la vida nos sonríe y nos hace un guiño con ese regalo que algunos pueden considerar mínimo, despreciable, mundano, pero que nosotros bien sabemos que significa un trozo de felicidad inmediata y a la vez eterna.

Por eso ustedes están gritando sin parar, por eso no se quieren ir del tablón aunque la policía los arree contra la salida. Por eso le dedican con gestos el triunfo a la platea local mientras se los obliga a abandonar esos escalones que son ahora y para siempre el lugar donde abandonaron los demonios, porque saben que este instante irrepetible merece ser disfrutado hasta lo último, igual que un buen vaso de ferné bien dulce merece ser saboreado hasta la última gota. Ahora se dirigen a continuar con sus vidas, la mayoría en los mismos micros que los trajeron desde Zona Sur, otros en sus autos particulares, y ustedes, los menos, a pie, buscando la parada de ese bondi que los devuelva al rrioba, quizás lejano, quizás acá nomás.

Por algo ellos nunca van a entender. Porque nunca supieron lo que es la pasión de ir a la cancha a alentar a tu equipo, las dificultades de bancarse la parada en las discusiones futboleras por ser hincha de un equipo de los denominados chicos, lo que es el sufrir cuando a tu equipo lo pelotean incesantemente, lo que es el tener el corazón en la mano cuando tu 9 está por patear un penal definitorio, lo que es el ahogo cuando la pelota está por cruzar la línea de gol, lo que es la euforia de gritar un gol después de muchísimo tiempo, lo que es la alegría de saltar y gritar al compás de tu hinchada festejando un triunfo que vale oro, lo que es la resignación de no poder asistir a un partido de tu equipo por causas personales, lo que es la emoción al ganarle un clásico a tu rival de toda la vida, lo que es la desazón de haberlo perdido, y muchas otras cosas más que este increíble deporte nos hace vivir. Por eso ellos se ríen, se encogen de hombros y te miran con aires indulgentes diciendo "es solo un partido che, no pasa nada". Porque simplemente ellos nunca lo van a entender.

Y ahí está él, el protagonista de esta historia, luego de haber dado varias vueltas por aquel barrio, llegando (tras indicación de un chofer de la misma línea pero en recorrido contrario) a la esquina de Lascano y Cuenca, donde está la parada de ese 135 que lo va a devolver a su barrio de origen. Cruza la calle y pispea en el televisor de una juguetería en esa esquina los primeros instantes del Merlo-River, mientras piensa en la inmensa felicidad que le ha otorgado hoy el club de sus amores. Llega el bondi silenciosamente, dejando al pibe subir y pagar ese $1,25 que es mucho dinero, y poco a la vez. Se acomoda, parado, en la mitad del colectivo, silbando esa canción de cancha que hoy sonó fuerte y orgullosa, ese "corrimo' a los del granaaaaaa y a los borrachos de tablón, Banfield vos sos mi vidaa, vos sos la pasioooooon!!". Aquel 135 ya está doblando por Diaz Velez desde San Martín, denotando que falta poco para llegar a destino. En Acoyte y Avellaneda se baja, revoleando el buzo, y da la vuelta a la manzana entonando aquel cántico que ya es casi un mantra interno. Saca la llave y abre la puerta del edificio, dando por finalizado ese viaje místico, y comienza a prepararse internamente para lo que será la salida de ese sábado feliz, y lo que será el partido de este martes contra Olimpo, para continuar con la recuperación futbolística del club que tanto ama. Pero eso, bien sabe él, será otra historia, y ya habrá tiempo de contarla.

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