lunes, 3 de septiembre de 2012

Cap. 6


Come up on differents streets, they both were streets of shame.
Both dirty, both mean, yes and the dream was just the same.
And I dreamed your dream for you, and now your dream is real.
How can you look at me as if I was just another one of your deals?

When you can fall for chains of silver, you can fall for chains of gold.
You can fall for pretty strangers and the promises they hold.
You promised me everything, you promised me think and thin, yeah.
Now you just say "oh Romeo, yeah you know I used to have a scene with him".

Juliet, when we made love, you used to cry.
You said "I'll love you like the stars above, I'll love you till I die".
There's a place for us, you know the movie song.
When you're gonna realise, it was just that the time was wrong? Juliet...

Las cosas parecían perfectas, casi siempre lo habían sido y no parecía haber ninguna razón para que dejaran de serlo. Un amor tan grande como el que ellos venían viviendo parecía destinado a durar para la eternidad... pero sin embargo, una vez más la realidad hija de re mil puta se encargó de demostrarnos que la vida no es como los cuentos de hadas, por más que a veces tenga la intención de parecerse a ellos. Un par de roces imprevistos (de los malos, aclaremos), un poco de mala onda, y un hecho generador de ruptura, tan imprevisto y a la vez tan predecible. Diferencias de opinión, y una enorme equivocación cometida por el boludo de siempre determinaron el apresurado final de la relación. Si bien quedó lo que vivieron, y la conciencia tranquila de que jamás existió una infidelidad, imaginamos que ambos se quedaron con el sabor amargo de saber que realmente se amaban, pero que parece que el destino no quería que estuviesen juntos y se los hizo saber.

Tras la separación, suponemos que ella continuó con sus ideas y que no tardó en encontrar un reemplazante, aunque sin poder obviar el hecho de que jamás tuvo la certeza de que su nueva pareja fuese sólo de ella en la fidelidad, y con la seguridad de saber que no podría amarlo ni la mitad de lo que lo amó a él, porque el amor primero no se borra ni se olvida, por muy mal que haya terminado. Mientras tanto, él se hundió en la más profunda de las depresiones, y tal como lo ordenan las obras cumbres de la literatura romántica, sufrió como un condenado, derramó miles de lágrimas, y pasó el resto de sus días en soledad como un fantasma que va errante por el mundo.

Y si mencionamos al "resto de sus días", no vamos a privarnos de contar el final de esta historia. Se reencontraron algunos meses más tarde, en la calurosa terraza de un edificio céntrico, convocados por un tercero que no soportaba ver cómo dos de sus mejores amigos ya no se hablaban. El reencuentro fue sorpresivo y frío; ella quiso irse apenas lo vio, pero sintió como si una fuerza invisible la mantuviera atornillada al piso. Él la miró con sus ojos tristes, con esa misma tristeza que lo venía acompañando desde aquel día fatídico, y le preguntó si alguna vez lo había perdonado y si por lo menos seguía sintiendo por él, al menos en algún pequeño rinconcito de su corazón, aquel hermoso sentimiento que tan felices los había hecho a ambos hacía no mucho tiempo atrás. Ella se quedó callada unos segundos, y cuando estaba por responderle con la verdad, su orgullo pudo más y se despachó con una seca negativa. Ante esto, él sintió como si su alma se rompiera de nuevo en diez mil pedazos; acto seguido se giró y caminó hacia donde el suelo terminaba. Se paró sobre el borde y aflojó el cuerpo, sintiendo una sensación de alivio por poder terminar al fin con la tortura. Ella corrió tras él y quiso tomarlo de la mano para decirle la verdad, para decirle que nunca lo había dejado de amar, pero que su orgullo lamentablemente había sido más fuerte que sus ansias de reconciliación. Mientras el cuerpo de él lentamente se inclinaba al vacío, se tomaron de la mano, tal y como hacían en los buenos tiempos donde la confianza era todo... pero ella no llegó a soltarse antes de que ambos perdieran definitivamente el equilibrio.

Mientras los cuerpos de ambos transitaban los aproximadamente 50 metros que los separaban del implacable piso de la vereda, se fundieron en un abrazo. Un abrazo de esos que dicen ineludiblemente "quizás nos hayamos separado y hayamos querido matarlo, pero nuestro amor es eterno e irrenunciable. Por más vientos en contra que tuvo que soportar, este sentimiento siempre se las arregló para sobrevivir y recordarnos a cada paso que seguía ahí, tanto en tu corazón como en el mío, por muy lejos que estuviéramos uno del otro". Y como no hay historia romántica sin el relato de un buen beso, sus labios y lenguas alcanzaron a encontrarse, por una vez y para siempre, decretando su eterna y fiel unión, justo un instante antes de que los cráneos de ambos llegaran inexorablemente a estrellarse contra el ineludible cemento.

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